El cuento de los fallos de mercado: o, la ética de mercado hace necesaria la regulación económica.

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sc_logo lunes 7 de noviembre, 2022Hace 1 año

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El cuento de los fallos de mercado: o, la ética de mercado hace necesaria la regulación económica.

Por Rómulo Ayala*

Bernard Mandeville publicó, en 1714, La Fábula de las Abejas1, con un subtítulo que adelanta la moraleja de la narración: Los vicios privados hacen la prosperidad pública. En el relato, el autor describe una colmena, en la cual conviven abejas virtuosas y trabajadoras, con abejas “viciosas”2 proclives a satisfacer sus apetitos y deseos. A pesar de esta situación, la colmena funciona de manera pacífica y próspera.

A medida que avanza la historia, las abejas viciosas claman de manera irónica: “¡Dios mío, si tuviéramos un poco más de honradez!”. La divinidad, ofendida por el cinismo de las abejas, responde a su petición, borrando de su ser todo rastro de perversión. Esto genera cambios inmediatos en la colmena, traduciéndose en una desmejora inmediata en los niveles de bienestar de sus moradoras, pues al dejar de dar banquetes, comprar perfumes, ropajes y contratar litigantes que las sacaran de apuros, los niveles de empleo decaen.

En términos simples, la fábula pretende transmitir la idea que cuando alguien obtiene ingresos, ya sea laborales o producto de excedentes, contribuirá más al bien común, si vive (o busca activamente vivir) de manera ostentosa que si vive de manera austera.

El autor defiende la importancia de la producción y demanda de bienes suntuarios y ve en su consumo un dinamizador de la actividad económica y, en consecuencia, del crecimiento de la riqueza y de la prosperidad de todos los habitantes.

Estas ideas enfrentaron la moralidad ascética de la época, cuyo sistema de valores se había convertido en una limitante para el desarrollo de las prácticas comerciales y económicas, por lo que era necesario promover una filosofía liberal, bajo la premisa de que la búsqueda constante del bienestar individual se traduce en bienestar general.

Su postura crtica frontalmente un riguroso concepto de virtud, contrapuesto a cualquier acto egoísta o individualista. En su obra pretende transmutar el egoísmo de un antivalor a un valor inherente al sistema económico, dotándolo, además, de utilidad social. En este sentido la ética de mercado propuesta por Mandeville está vigente y subyace en la conducta económica considerada racional y, contemporáneamente se identifica con el individualismo metodológico.

Esta postura explica cómo se toman las decisiones relacionadas a la asignación de recursos escasos, y establece que las personas elegirán (individualmente) hacer siempre aquello que les genere mayor beneficio, lo cual tiene como meta primordial maximizar sus ganancias y niveles de satisfacción al comprar y consumir bienes.

Estos procesos de maximización ocurren dentro de un sistema dual donde los productores y consumidores alcanzan sus objetivos de manera simultánea. Para ello, los empresarios deberán producir lo máximo posible y los consumidores comprar lo más que puedan, en un contexto de libre mercado.

El pensamiento económico ortodoxo, no ignora las consecuencias adversas que genera, tanto, la búsqueda constante de maximización de beneficios privados, como la satisfacción individual por medio del consumo, y los denomina fallos de mercado, definiéndolos como un resultado negativo que se produce cuando el mercado no logra hacer una asignación eficiente de recursos.

Los fallos de mercado más evidentes son aquellos que se manifiestan como costos externos (deterioro medioambiental), la desigualdad en la distribución del ingreso, o la existencia de bienes que por su naturaleza no pueden ser provistos por privados (bienes públicos), pero la competencia imperfecta también se cataloga como un fallo de mercado.

Esto es así, porque tradicionalmente se considera como el resultado de la lógica empresarial de maximización de ganancias, que incentiva la búsqueda de técnicas de producción cada vez más eficientes. Este comportamiento, es en sí, un proceso competitivo, que paradójicamente puede propiciar que las empresas líderes alcancen un tamaño tal, respecto del resto de competidores, que les permita manipular las condiciones de mercado para obtener ganancias extraordinarias a largo plazo en detrimento de la competencia misma.

Dado que la competencia basada en el avance técnico es un rasgo primordial para el funcionamiento de la economía capitalista, el sistema económico deja un espacio para que la intervención Estatal mitigue por medio de la regulación, los efectos adversos que puedan generarse “ocasionalmente” en los mercados.

Llegados a este punto es posible cuestionar el sentido que la teoría económica convencional da a la palabra “fallo”, puesto que, coloquialmente una falla es un error que ocurre de forma eventual y no se espera que suceda de manera recurrente luego de ser solventado. Cualquier consumidor se plantearía cambiar, devolver o desechar un artículo que constantemente presenta fallas.

En el contexto aquí descrito, en una economía de mercado, cuyos procesos tienden naturalmente a la concentración de capital, y con agentes que se comportan de manera consecuente con la “ética mendevilliana”, los fallos de mercado parecen ser, más bien, la normalidad del mercado y en este sentido, la intervención y la regulación económica un elemento clave, y no circunstancial o subsidiario para su funcionalidad. Cobran relevancia en este escenario, las intervenciones particulares que llevan a cabo las autoridades de competencia, necesarias para evitar que las tendencias propias de la economía alejen a la sociedad de un óptimo deseable.

1 Una traducción de la fábula puede consultarse en: https://puntocritico.com/documentos/Bernard_de_Mandeville-La_Fabula_de_las_Abejas.pdf
2 Entendiendo ampliamente por vicios, la búsqueda del interés individual
Rómulo-Foto copia

*Economista, maestro en economía aplicada por la UNAM. En la actualidad, forma parte del equipo de la Intendencia Económica de la Superintendencia de Competencia de El Salvador.

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